Crear la historia del Cuarto Mundo

Introducción del padre Joseph Wrésinski , Assises del Voluntariado, 25 de agosto de 1981

En estos primeros días de reunión se ha planteado en distintas ocasiones una pregunta. Las familias del Cuarto Mundo nos han enseñado a transmitir su historia. ¿Cómo nos han ayudado a conseguirlo y por qué es importante que creemos la historia del Cuarto Mundo? En una de vuestras cartas abiertas a los asistentes se lee “Somos responsables de la creación permanente de la historia de un pueblo”. ¿Por qué? ¿Ante quién?

Ya hemos reflexionado a menudo sobre estas preguntas y habéis dicho: “¿para quién hay que crear la historia del Cuarto Mundo si no es para el propio pueblo?”. Pero, ¿qué quiere decir crear la historia de un pueblo? Sobre todo esto me gustaría hablaros un momento.

Personalmente creo que escribir la historia del Cuarto Mundo es, ante todo, escribir la historia que va a ser; es proyectar el Cuarto Mundo con una determinada perspectiva; es, en cierto modo, ser profeta del Cuarto Mundo, predecir qué cosas de hoy serán su futuro. Ésta es la verdadera historia del Cuarto Mundo: está ya situado en un cierto determinismo. No es que crea que la historia está rigurosamente determinada, sino que se introduce necesariamente en las esperanzas de un pueblo y esas esperanzas lo proyectan siempre hacia el futuro. Las esperanzas pueden expresarse o, simplemente, estar latentes. Por eso hemos dicho muchas veces que el auténtico creador de la historia es alguien que posee una enorme sensibilidad, mucha imaginación y aún mucho más amor, porque la imaginación es hija del amor.

Es decir, que buscaremos la historia que se anuncia porque ya está viviéndose hoy en el sufrimiento de la gente, porque en ese sufrimiento está ya la historia del mañana; en el sufrimiento, en el desprecio soportado, aunque también en la rebelión que brota y arde en el corazón de la gente. Y también en la esperanza, porque la esperanza es el rechazo de la realidad. Escribiremos la historia de esos rechazos que presagian el mañana.

Aunque no siempre nos demos cuenta, vivimos continuamente la aventura del mañana. Me acuerdo de un muchacho del Cuarto Mundo que empezó a estudiar y luego lo dejó. Toda la gente que me rodeaba lo sintió mucho. Recuerdo que entonces dije: “No os preocupéis, no tiene importancia. Su alma, su cuerpo incluso están marcados por la experiencia que ha vivido. Aunque hoy lo deje, en su memoria tiene escrito que ha vivido con nosotros y lo transmitirá a sus hijos o, más probablemente, a sus nietos. No podrá olvidar lo que ha compartido con nosotros y hablará de ello y lo llevará a la memoria de su familia y de su gente”.

En su vida se construirá una parte de historia y podrá contarla porque habrá sido verdad. Y haberla vivido y poder contarla le librará a él y a quienes estén con él de la falsedad y de la mentira que aprisionan siempre a los más marginados. Tendrá una historia de la mejor época de su vida, que será también la época más verdadera, porque la mejor época de nuestra vida no es la de la comodidad: la recordamos como la mejor porque entonces vivimos algo fuerte y verdadero.

¿Cuántas veces hemos oído comentarios como “en realidad, la época más rica de mi vida fue en la guerra, porque entonces había una fraternidad auténtica”? Quien habla así ha olvidado la guerra, al enemigo, las penas y las dificultades de entonces. Sólo conserva en la memoria lo mejor: la fraternidad con la que sueña, que tiene necesidad de transmitir y compartir. Compartir hoy lo que se ha vivido es compartir el futuro: anuncia lo que compartiremos mañana, lo que propondremos en nuestro ambiente, a nuestros nietos, a nuestra familia, a nuestra gente, lo que haremos en la fábrica, en el taller o, simplemente, en el bar. Lo que hoy comunicamos se alimenta siempre de lo que aprendimos ayer. Es verdad que gracias al voluntariado la gente puede hoy mismo escribir en su futuro que es una gente valerosa, porque los voluntarios han ayudado a esta gente del mañana a ser valerosa hoy, a ponerse en pie, a ser orgullosa. Se sentirán orgullosos de hablar a sus hijos del valor, los momentos de valor que vivieron juntos. Y como ese valor habrá sido verdad, como esos momentos de valor habrán sido momentos de verdad, destruirán el engaño y la mediocridad y crearán la trama de la nueva historia de los miserables. Será esa historia de los miserables la que nuestro Movimiento habrá empezado, habrá estado en la lucha por esa historia, sin levantar el puño, sin odio en el corazón.

Si de verdad lo queremos, si somos capaces de comprender lo que ocurre en el mundo del subproletariado, de escribirlo y proyectarlo hacia el futuro, transformaremos el exceso de miseria del subproletariado en un exceso de amor. En el fondo, esto es lo que tenemos que contar, lo que la gente espera de nosotros.

Pero no podemos olvidar que la historia del mañana es también nuestra historia, la que nosotros mismos hemos vivido con los más pobres. Ellos han sido la encrucijada de nuestra propia historia, que se ha convertido en la historia de las noches que hemos pasado a la cabecera de un enfermo, junto a un borracho, de los domingos que hemos pasado con los niños de nuestros barrios. Todos esos domingos que no hemos tenido, que hemos “perdido”. Los más pobres también han hecho que nuestra historia sea la de los enfrentamientos con la Administración y con las Iglesias. Esos tiempos de auténtico dolor y de lágrimas nos han convertido en lo que los más pobres quieren que seamos, en lo que somos, gracias a todo lo que nos han dicho, a todo lo que nos han hecho de bueno y de malo, gracias a aquello a lo que nos han obligado, nos han forzado a hacer.

Así, la historia que debemos escribir forma parte del mañana de nuestra propia vida con marca indeleble. Es una historia de solidaridad, de fraternidad, de sufrimientos y de luchas, la historia que hemos compartido con la gente. Es también la historia de las esperanzas compartidas. En palabras de Antoine Jauffret, es la historia de una adopción. Nosotros somos los adoptados por esta gente. La historia de esta adopción es lo que nos proyecta hacia el futuro.

Por eso no podemos ser del hoy: somos del mañana. La adopción nos permite estar ahí, ser lo que somos junto a un pueblo. Nos ha permitido tener esta visión tan especial de la sociedad que está haciéndose, no de la sociedad de hoy, sino de la que está construyéndose, la del mañana. Debemos ser los garantes de esta sociedad futura, en el corazón de la civilización futura. Todo lo que nos han dado los pobres, todo los que nos han permitido ser y que nos ha transformado es la nueva historia de nuestra vida, nuestra propia historia. Los más pobres han cambiado el sentido de nuestra historia, que nunca más será la misma. Ahora somos otros, ahora somos, por ellos, gente de un mundo nuevo que está construyéndose en nuestra carne, en nuestro cuerpo, en nuestro corazón.

Aunque entre nosotros alguien abandone el combate en el seno de la miseria, aunque se canse del voluntariado y vuelva algún día a la sociedad que le ha hecho competente, ya no será el mismo. Su alejamiento del Cuarto Mundo tendrá menos importancia de lo que podemos pensar, porque su memoria estará condicionada por unos momentos fuertes y verdaderos que vivió con la gente más pobre, más despreciada, más miserable. Habrá sido un momento de su vida también, él habrá sido un pobre despreciado y un miserable. Lo habrán confundido con ellos, lo habrán señalado con el dedo y lo habrán rechazado: habrá sido, un instante, el conflicto, y no lo habrán comprendido. Y todo eso lo llevará en su recuerdo e influirá en los que tenga cerca, sus amigos, sus compañeros de política, de religión o de cualquier ámbito. Influirá en ellos y les hará avanzar, aunque ya están avanzando, ya están en marcha hacia este mañana, porque los más pobres han grabado en nosotros marcas visibles. Queramos o no, estamos obligados a transmitirles nuevas imágenes de la miseria y crearemos con ellos, como ya lo hemos hecho, una nueva mirada sobre los pobres y sobre los miserables. Diremos en todo el mundo, como ya hemos empezado a hacer, que el subproletariado puede pensar, actuar, que es ciertamente capaz de toda renovación verdadera, de toda creación de sociedad, de toda creación de civilización. Ésta es la historia que tenemos que escribir; es lo que los más pobres nos exigen.

Pero también está la historia del presente de los más pobres y, por lo tanto, de nuestro presente, porque nosotros somos sus hermanos, nosotros caminamos con ellos, para llegar juntos a la misma meta: una civilización diferente y nueva en la que, cuando los pobres se levanten, los demás no puedan aliarse contra ellos, impedirles avanzar y ocupar su lugar en la sociedad. Todos sabéis que, en realidad, cada vez que los pobres se han levantado, sea en la historia de un país como Francia o en la historia del mundo, todas las clases sociales se han aliado contra ellos.

Lo vemos bien claro en la historia de la energía, del petróleo, por ejemplo. Quienes tienen menos petróleo se encuentran hoy frente a un mundo aliado contra ellos, organizado para impedirles salir a flote. El mundo se ha organizado para crear de forma sistemática nuevas energías, para establecer economías de la energía que impidan a los pueblos incluidos en la OPEP ocupar verdaderamente su lugar en el concierto de las naciones y en la comunidad internacional. El mundo quiere impedirles que impongan, en cierto modo, la ley de los pobres. En el fondo, toda esta lucha de la energía, contra el petróleo y por formas nuevas de energía, sean cuales sean, no es más que una lucha contra los pobres. Y esta lucha la perderán los países de la OPEP. Por eso no podemos estar de acuerdo con los ecologistas que se oponen a la energía nuclear, esencialmente por las repercusiones que podrían amenazar a los países ricos y a sus burgueses. Nunca se ha dado la misma importancia a los millares de trabajadores muertos en las minas de carbón. No podemos estar de acuerdo, porque la investigación de otras energías tiene el objetivo político de llevar otra vez el hambre a los pobres y de silenciar su mundo.

Todos los días vivimos esta historia, porque es también la historia del subproletariado. El hecho de que la escuela no esté adaptada a los más pequeños, a los más humildes, al subproletariado, no es un hecho indiferente, como no lo es que en Francia todos los años abandonen la escuela 80.000 niños prácticamente analfabetos. Conscientemente o no, es algo querido, porque se trata de un proyecto político de esclavización de los pobres y sobre todo de los miserables.

Todo esto es lo que hemos vivido con un pueblo, lo que tendremos que contar en nuestra historia, la historia del presente, pero un presente al que debemos hacer frente sin cesar y que no podemos dejar tal cual. Si es cierto que los pobres tienen una palabra de verdad, necesariamente será una palabra profética para el mañana. Debemos desear que sea profética y lo será en la medida en que valoremos y aceptemos a una población que ha estado esclavizada durante siglos y que aún lo está en su realidad absoluta. Para ello hemos de ayudarles a tomar conciencia y, luego, una postura tal que se inscriba verdaderamente en su realidad, que es también la nuestra, la realidad de todas esas esclavitudes, de todas las trampas que por todas partes amenazan, de esa represión permanente y sistemática. Es la historia de esa toma de conciencia y de postura la que debemos contar y transcribir día a día, porque es la verdadera historia de los pobres, la historia de sus rechazos, que es también la de su esperanza.

Crear la historia de los pobres es crear la historia de cómo rechazan todo lo que los oprime y los aliena, un rechazo que se manifiesta en nuestras luchas, nuestros reveses, nuestros éxitos, aunque nuestros éxitos no son más que etapas de su esperanza, renovación de la confianza una vez más, fuerza para otro empeño y nuevos éxitos.

En este sentido hablamos incesantemente de la creación de la historia del éxito de un pueblo, porque sus logros son la historia de los rechazos de la esclavitud, del control permanente, del encierro de por vida en la negación, una historia construida cada día, hecha de enfrentamientos y de sueños, enfrentamientos entre la población y nosotros mismos también, porque nuestra historia común es un cuerpo a cuerpo permanente en el que se construye la inteligencia, se crea el orgullo, se levanta el honor. Un pueblo aprende así a correr riesgos, a afirmarse ante el mundo, porque a su lado hay un voluntariado que lo consigue a pesar de todo, en la confianza y en la seguridad.

Sin esta historia de nuestras luchas no habría historia de la esperanza, porque la esperanza de los pobres no es esa florecita de la que hablaba Péguy: es un fuego en el corazón de los hombres y la ambición de los hombres es que se extienda por la tierra y lo consuma todo. La lucha de la esperanza es combatir por esa ambición, es el combate de los hombres por el amor.

Si comprendemos la historia de este modo, comprenderemos también que crearla no es una proyección en el tiempo más o menos arbitraria. Supone estar arraigado en un entorno. Si hemos hablado contra ese arraigamiento, es porque tratamos a la población como nos habría gustado que se tratara nuestro propio entorno. No comprendíamos lo que significaba expresar una esperanza ni cómo, por nuestra incomprensión, corríamos el riesgo de alejar a hombres, familias y jóvenes de su entorno y privar así a estos últimos de esperanza.

Ya os he dicho muchas veces que no tiene importancia que las personas abandone su entorno: lo que importa es que vuelvan renovadas, con ideas distintas y nuevas tras haberse preparado para el enfrentamiento con una sociedad que no las comprende y que no las acepta. Lo esencial es que una población se arraigue en las realidades de su entorno, que cada cual pueda hacerlo con la aceptación de los demás, que incluso los desacuerdos puedan servir a la esperanza y al amor. Lo importante es que unos y otros se sientan parte de ese entorno, que lleguen a quererlo tanto que no puedan perderlo jamás, que no pierdan nunca la nostalgia. Es el arraigamiento de un pueblo y, por lo tanto, el nuestro también, un arraigamiento necesario, porque una lucha personal no puede llevar más que a la derrota: un combate sin los demás es derrota, es hundirse en la mediocridad de la miseria, de lo sucio, de lo triste.

Para nuestro voluntariado, en consecuencia, un militante no es quien lee la istoria, sino quien la crea día tras día, quien construye la historia de un pueblo y la suya propia en un mismo combate. Pero también decíamos ayer que la historia del Movimiento, del voluntariado, debe ser la historia de los ausentes. Es necesario que la propia población viva su combate de tal manera que haga salir de las sombras a aquellos miembros que callan, que se esconden más en el encierro, a aquéllos que se encastillan más fieramente en su desesperanza. Por eso nuestra historia no es sólo la que sacude las estructuras y los sistemas del mundo que nos rodea; es también la que crea las solidaridades en el seno mismo del entorno, con los más desposeídos, los más despreciados, con los menos respetados de entre el propio pueblo. Por eso podemos decir que la historia que escribimos juntos, la de vuestro sudor y vuestro llanto, vuestra sangre y vuestros éxitos, vuestras alegrías y vuestra felicidad, es la historia del amor, porque nos abre los ojos a la ternura y a la piedad, a la comprensión y al respeto, a la justicia y a la confianza más absolutas, a la certidumbre de que en cada hombre hay una parte que puede hacerle ponerse en pie, sentirse responsable con los demás.

Ésta es la historia que tenemos que contar, la del Cuarto Mundo, la que debemos transcribir día a día, yo diría que hora a hora, porque así lo exige la población. Su exigencia es que no se olvide nada de lo que nos ha dado, nada de lo que ha vivido, nada de lo que espera, que no desaparezca de la memoria de los hombres nada de todo esto: no debe perderse nada de lo que nos ha transmitido.

¿No es por eso por lo que decimos que un voluntario es quien hace su informe cotidiano? No es por elección personal, sino por lo que debe a la población, por obediencia a su historia, a su historia de mañana, a una historia que no está paralizada sino que construye un porvenir que no es solamente el del subproletariado, sino el de todos nosotros, el de toda la humanidad.

Leer Descargar
1 comentario Deje un comentario

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *