Solo es miserable la persona que se encuentra aplastada por el peso de la violencia ejercida por sus semejantes. Es aquel sobre el que se ensaña el desprecio o la indiferencia, de los que no puede defenderse.
No puede hacer más que alejarse saliendo de los caminos habituales. Entonces, debe destruirse y pasar a ser la persona olvidada en las áreas de viviendas provisionales, las zonas marginales y los asentamientos informales. Es el excluido.
La violencia del desprecio y de la indiferencia crea la miseria, porque inexorablemente conduce a la exclusión, al rechazo de un ser humano por los demás seres humanos. Encierra al pobre en un engranaje que lo aplasta y lo destruye. Esto lo convierte en un subproletario.
La privación permanente de esta comunión con los demás, que ilumina y da seguridad a cualquier vida, condena su inteligencia a la oscuridad, amordaza su corazón en la preocupación, la angustia y la desconfianza y destruye su alma.
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