«No se respeta la dignidad de los pobres porque, en primer lugar, creemos que no son capaces de asumir sus propias responsabilidades.
En segundo lugar, porque no queremos escucharles, pensamos que no tienen nada que decir.
Esta persona, inteligente, de gran corazón, que me decía: «Pero yo, ¿Qué es lo que hago con esa gente? Me gustaría ayudarles, darles dinero, incluso podría acogerlos en mi casa si se diera la ocasión, pero no tengo nada que aprender de ellos, son ellos los que tienen todo que aprender de mí».
Sin embargo, nuestro movimiento afirma precisamente lo contrario. Decimos que estas personas se han puesto en pie, que saben lo que es sufrir la miseria, que tienen algo que enseñar a la sociedad.
Tienen algo que enseñar a nuestra democracia. En primer lugar, la democracia es el acto de escuchar a cada persona, el hecho de tener en cuenta lo que unas personas y otras puedan decir.
En principio eso es la democracia, es el reconocimiento de la dignidad fundamental que hace que todos los seres humanos sean iguales, y puesto que son iguales, pueden hablarse, pueden decir lo que piensan. En el fondo las personas que viven en la extrema pobreza no son imbéciles».