El 17 de octubre de 1987, en la plaza de Trocadero, París (Francia), Joseph Wresinski proclamó estas estrofas con ocasión de la movilización de miles de defensoras y defensores de los derechos humanos.
Millones y millones, de niños, mujeres y padres muertos por la miseria y el hambre de quienes somos herederos. Vosotros que estabais vivos, no es vuestra muerte lo que hoy evoco, en esta Plaza de las Libertades de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, doy testimonio de vuestra vida.
Doy testimonio de vosotras, madres, cuyos hijos condenados a la miseria son demasiados en este mundo.
Doy testimonio de vuestros hijos doblados por el dolor que causa el hambre, que no teniendo nada para sonreír quieren aún amar.
Doy testimonio de esos millones de jóvenes que sin razón para creer o existir buscan en vano un porvenir en este mundo insensato.
Doy testimonio de vosotros, pobres de todos los tiempos, y aún hoy, huyendo por los caminos, fugitivos de un lugar a otro, despreciados y deshonrados.
Trabajadores sin oficio, aplastados en todo tiempo por la labor. Trabajadores cuyas manos, en estos tiempos, no sirven para nada.
Millones de hombres mujeres y niños, cuyos corazones laten aún con fuerza para luchar. Cuyo espíritu se rebela contra el injusto sino que les ha sido impuesto. Cuyo valor exige el derecho a la inestimable dignidad.
Doy testimonio de vosotros, niños, mujeres y hombres que no pretendéis maldecir sino amar y rezar, trabajar y uniros para que nazca una tierra solidaria. Una tierra, nuestra tierra donde todo hombre habrá dejado lo mejor de sí mismo antes de morir.
Doy testimonio de vosotros, hombres, mujeres y niños cuya presencia queda siempre grabada con el corazón, la mano y el cincel sobre el mármol de la Plaza de las Libertades. Doy testimonio de vosotros para que por fin los hombres actúen a favor del hombre y rechacen para siempre la fatalidad de la miseria.