¿Por qué elegir la pobreza?

¿Cómo justificamos la pobreza de los voluntarios? En nuestra civilización occidental, la pobreza no se ha valorado como un bien en sí misma. Sólo Jesucristo la estableció como el estado ideal para el hombre. Ahora bien, los voluntarios tienen todo tipo de convicciones espirituales. ¿Cómo justifican la afirmación de que su estado debe ser el de la pobreza? La pobreza es ese estado que no hace sombra a los humildes, les inspira confianza. Revaloriza su propio estado y les permite, partiendo de ahí, afrontar el mundo. Les ayuda a encontrar en su propia condición el equilibrio, la estabilidad que permite acoger a alguien más pobre que ellos. Aquí recogemos amplios extractos de reflexiones compartidas por el fundador de ATD Cuarto Mundo durante una reunión de voluntarios del 8 de octubre de 1963.


Esta noche vamos a reflexionar sobre la pobreza de los voluntarios. Hablamos a menudo de ello, pero a veces confundimos pobreza y miseria. No sé si nos damos bien cuenta de lo que decimos cuando hablamos de pobreza. Por que ¿cómo afecta la pobreza a nuestras vidas?

Para empezar, hay que reconocer que la pobreza no es natural para nosotros. No es un elemento natural, y no podemos decir que deseamos ser pobres porque el estado de privación que impone la pobreza sería bueno y normal en sí mismo. (…)

Y sin embargo, por nuestra parte, decimos que para un voluntario para el desamparo, la pobreza es un estado necesario e incluso indispensable. Afirmamos que este voluntario debe “vivir en estado de pobreza” ¿Sobre qué bases nos apoyamos?, ¿en qué criterios? No el de la normalidad por que acabamos de decir que lo que es natural al hombre es lo contrario de la pobreza. Decimos que es normal que una persona que está “despojado de bienes” sea dotado de bienes. Entonces ¿cuál es la raíz de nuestra afirmación?

En un plano filosófico parece que también estamos equivocados. Sea cual sea la filosofía que consideramos en nuestra civilización, sea cual sea la reflexión sobre el ser humano, nos damos cuenta de que a lo largo de los siglos, ningún pensador renombrado ha reconocido la pobreza como un estado deseado, como una superación de la condición humana. (…)

Probablemente, en todas las épocas ha debido de haber filósofos que se han hecho testigos de la pobreza voluntaria, pero son la excepción y no era la pobreza en sí lo que consideraban como algo bueno. La pobreza era para ellos un estado que les permitía protestar contra una sociedad o contra un estado de ánimo que no aprobaban. De una manera más general, a lo largo del tiempo, cuanto más rica era una persona, más bendecida por Dios se la consideraba. Cuanto más rico se era, más cerca se estaba realmente del Señor.

Es verdad que, para aquellos que creen en Cristo tal y como se muestra en los Evangelios y a través de la mirada de la Iglesia a lo largo de los siglos, parece que se ha dado la vuelta al problema. La calidad de la presencia misma de Cristo en el mundo manifiesta su voluntad afirmada de hacer del estado de pobreza el estado ideal del ser humano. Tanto más en el momento de subir a la Cruz en el que Cristo se mostró en un estado de indigencia tal que no podía haber la menor duda. La Cruz fue el triunfo de toda una vida de pobreza y ésta se convirtió en el ideal cristiano. Pero no es, sin embargo, en estos datos religiosos donde vamos a encontrar justificación de nuestra afirmación, ya que no todos somos creyentes. No todos compartimos el asidero de una misma fe, así que ¿cómo vamos a poder aceptar y afirmar con certeza que el estado de los voluntarios es el de la pobreza? Ya que ningún filósofo nos dice que ese estado sea excelente y no nos invita a él, ¿en qué nos vamos a basar? Intentemos reflexionar sobre ello. En el último número de la revista Igloos (título de la primera revista publicada por ATD Cuarto Mundo que precedió a la Revista Cuarto Mundo) Francine escribió que el voluntario debía ser “ambivalente”. Vamos a intentar entender lo que quería decir.

Hablamos de ambivalencia cuando alguien se encuentra en el punto de inflexión de dos mundos y que, por determinados valores, pertenece prácticamente a los dos universos. Cuando vas a Bélgica, a 30 kilómetros de la frontera, ya no te sientes completamente en Francia ni tampoco exactamente en Bélgica. Por la manera de ser y las actitudes de la gente, por el paisaje, te encuentras entre dos mundos y la gente pertenece a los dos.

En la frontera de dos mundos

Podemos extrapolar este ejemplo. Nosotros también estamos en la frontera de dos mundos, el de los pobres y el de la sociedad. Somos gente de frontera. Tenemos que pertenecer a los dos mundos si realmente queremos hacer que los ricos vayan al encuentro de los pobres y hacer entrar a los pobres en el mundo de los ricos. Si queremos que la sociedad de los pobres sea acogedora con los ricos y la de los ricos acogedora con los pobres, deberíamos tener valores comunes a los dos lados, valores que harán que cada uno de estos mundos reconozca nuestra pertenencia, nos reconozca como uno de sus miembros y capaces de hablar por él.

Ahora bien, ¿cuál es el valor principal que descubrimos a través de la miseria? No la miseria misma, seguro, pero el estado de pobreza confiere a los hombres la sencillez, la modestia, la comprensión de las cosas de la vida. El estado de pobreza es lo contrario a la opulencia, al orgullo, al poder que hace sombra a los pequeños. Nuestra pobreza permite a la gente de la miseria reconocernos como parte de su comunidad, aceptarnos, escucharnos, admitir que les ayudemos a pasar al otro lado. Nuestra pobreza fundamenta, su confianza, por que es signo de nuestra sinceridad y de lo que somos en realidad: voluntarios para el desamparo que deseamos estar lo más cerca posible de las familias, para ayudarlas a salir de su miseria.

Por otra parte, nuestra pobreza tiene una importancia mayor, porque elegir vivir en una cierta indigencia, revaloriza a ojos de los pobres, su propio estado. Si ven que tenemos dificultades de verdad para vivir, que nos imponemos libremente privaciones y que en eso, nuestra situación se hace semejante a la suya, ésta será valorizada. Por que aceptamos ser pobres voluntariamente, esto significa que el estado de pobreza no es un estado sucio ni vergonzoso. Probablemente siga siendo un estado penoso, pero los pobres pueden creer que no es un estado inferior, sub-social, sub-religioso, sub-profesional, en conclusión , un estado malo. Esto me parece particularmente importante, por que no creo que sea posible para nadie salir de donde está si antes no ha aceptado servirse, para salir, de valores que vienen de su estado presente. No creo que sea posible promover tu situación, evolucionar, intentando simplemente buscar en casa del vecino algo que pueda hacerte avanzar. Creo que una persona puede salir de su estado, a medida que haya reconocido y tomado en cuenta los valores del suyo propio, de su medio. Ahí está una de las llaves para abrir la puerta al pobre. Su pobreza debe poder servirle de trampolín, de punto de partida.

Queda otra consideración importante. Cuando el pobre revaloriza su estado, mirará a los ricos y ya no los considerará tan superiores a él. Ya no les verá necesariamente como gente que le pone obstáculos. Si realmente considera válido su propio estado, tendrá muchas más posibilidades de afrontar el mundo que le rodea, entrar en contacto con sus próximos , imponerse a éste.

En fin, ¿qué nos proponemos con todo esto? Queremos que, en un mismo movimiento de acercamiento, la comunidad de los pobres pase a la de los ricos, y que los ricos sean acogidos en la de los pobres. Pero también queremos, siempre en ese mismo movimiento, que los pobres acojan a los más pobres. Ahora bien, para acoger a otro, hay que reconocerse un cierto valor. No se acoge al otro desinteresadamente si no contamos nosotros mismos con un cierto valor de desinterés, de comprensión del otro, de auto-confianza e incluso de estabilidad. Si queremos que los pobres acojan a los pobres, deberán poder poseer ellos mismos este valor de estabilidad, equilibrio, plenitud. Podrán acoger a los pobres cuando hayan examinado su pobreza y se hayan asegurado de su valor. Entonces podrán mirar a otros pobres a su alrededor, volverse hacia personas que hayan caído más profundo y acogerles en su medio. Los pobres entonces, ya no serán una especie de campo de batalla dividido, campo de una batalla de intereses donde, prácticamente, los actos de amor – contrariamente a lo que piensan algunos poetas – son tan raros como los días bonitos de pleno sol en plena noche…

El orgullo de sus raíces

Esta es un poco la manera que he tenido de reflexionar sobre esta cuestión de la pobreza, preguntándome por qué era necesaria y de qué manera se justificaba para nosotros. Es necesaria por cuatro razones. Porque es absolutamente imposible que seamos aceptados en el mundo de los pobres y les pertenezcamos, si no somos al menos en eso, sus vecinos. Por otra parte, es necesaria porque los pobres, viendo que la pobreza no es un estado despreciable, ya que lo elegimos, podrán vivirla y encontrar en ella los medios para salir. La pobreza es necesaria, también, por que los pobres, viendo su estado revalorizado, tendrán muchas más posibilidades de entrar en contacto con su entorno y afrontar el mundo. Por último, es imposible que los pobres acepten al más pobre desinteresadamente, si ellos mismos no forman un mundo estable y sólido. Ahora bien, nadie puede ser estable si no echa antes raíces en su medio, y ningún medio es estable si sus miembros no están orgullosos de echar raíces en él.

Esto es lo que os dejo hoy como reflexión y sois libres de aceptarlo o rechazarlo. La pobreza es un estado de privación que podemos rechazar o aceptar. El drama de la gente en la miseria es que ésta les es impuesta. No pueden ni siquiera elegir solamente la pobreza material, por que hace cuerpo con otras privaciones propiamente inhumanas. Cuando nuestros dos fotógrafos intentan no gastar demasiada gasolina, eligen una cierta pobreza, ya que en realidad, tendrían los medios para dar la vuelta al mundo. Hacen concienzudamente su trabajo imponiéndose privaciones. Esto refleja un estado espiritual del que se presentan sin parar aplicaciones concretas en la vida de todos los días. Esta espiritualidad conlleva una disciplina que hace que, por ejemplo, nos impongamos buscar papel en sucio para no gastar buen papel. Muy a menudo, el estado del monje no es percibido como un estado de pobreza completamente perfecto, por que no tenemos la impresión de que los monjes estén obligados a hacer un esfuerzo permanente para limitar sus gastos y la utilización que hacen de sus bienes. Sin embargo, la pobreza elegida es eso: un esfuerzo constante de privaciones consentidas.

Esta pobreza nos introduce en una especie de tensión voluntaria. Debemos decirnos: “Estos son los bienes de este mundo. Por una u otra razón no los adquiero, aunque podría adquirirlos”. Muchísima gente viene aquí diciendo: “me quiero ocupar de los pobres”. Estas personas quieren entrar directamente en contacto con las familias. Sin embargo, lo primero que habría que hacer sería imponerse una disciplina, una cierta privación de bienes. La gente, a menudo busca llevar a cabo de golpe grandes cosas cuando lo que hay que intentar primero, simplemente, es vivir como podamos las condiciones en las que viven los pobres. La primera condición para entrar en contacto con ellos es la pobreza. No hablo de la miseria, que es un estado de desequilibrio a no imitar. La miseria no es, como la pobreza, un estado positivo. (…)

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