La Caridad en el Cuarto Mundo

Una pareja desposeída de su amor

Fe, esperanza y caridad en el Cuarto Mundo: parece ser que nuestra
meditación nos conduce a lo más profundo de lo que tal vez sea el desierto humano, al tiempo que nos desvela lo que la humanidad puede revelar de más maravilloso sobre la presencia de Dios en el mundo.

Hemos buscado la fe y hemos encontrado sus primeros pasos en el fondo de una existencia devastada. Ya nada parecía permitir a las personas tener confianza en nadie y, sin embargo, tímidamente, brota como una flor que se negara a morir, que floreciese de nuevo obstinadamente en medio del desierto.

Hemos buscado la esperanza y no la hemos encontrado, pero hemos
encontrado algo parecido a un deseo soterrado en este eterno reinicio que representan estas vidas, en la esperanza sin sentido puesta en cada nuevo encuentro, en su rechazo encarnizado a renunciar a su dignidad.

Sabemos, porque nuestra fe nos lo indica, que en esto radica el misterio que no merecemos entender: que más allá de todo desaliento, de toda desesperación, Dios habla a estas personas, se dirige a ellas en particular, y que nuestra esperanza no puede sino ayudar a hacer que la suya brote.

Nuestra meditación nos permite entrever los abismos que hemos creado cuando permitimos que la miseria perdure y nos revela la respuesta de Dios que no es otra que colmarlos, querer que precisamente sea en ellos donde se asienten los fundamentos del Reino. Nuestra meditación nos revela la llamada de Dios a bajar hasta los abismos para participar de su obra. Pero aún no hemos
llegado al final de nuestra iniciativa. Nos falta aún buscar, en el Cuarto Mundo, lo que San Pablo llamaba la mayor de las tres virtudes, la caridad.

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