No todo sufrimiento corresponde a la extrema pobreza, todo lo contrario. El sufrimiento es parte de la condición humana: puede construir personas, ayudarlas a crecer y servirles para mantener un equilibrio mental, psíquico, espiritual y social. Es su guardafuego contra el orgullo, contra el desprecio hacia los débiles, contra la parálisis de su resistencia corporal y mental y contra su aislamiento frente a otras personas y al olvido de Dios. Puede poner en marcha y desarrollar la capacidad de cada persona para superar sus límites.
Por supuesto que esto no significa que tengamos que aceptar o buscar el sufrimiento. He visto suficiente desdicha y pena entre hombres y mujeres bastante bien provistos como para no creer que todo sufrimiento exige a la vez reconocimiento y rechazo. Esto aplica tanto a ricos como a pobres. Sobre todo porque ciertas penas traen a quienes las sufren una soledad que los acerca a quienes viven en extrema pobreza. Aquellos que viven en pobreza, en su vulnerabilidad, pueden provocar compasión en otros; esto a condición de que la extrema pobreza no los haya hecho irreconocibles. Los más acomodados pueden sufrir en soledad porque su desdicha no es visible desde afuera. Además, como decía un amigo senador: “cuando alguien está en la penuria, nos alejamos. En nuestro mundo ya no sabemos cómo hablarle a los que caen en desgracia. Es algo que no hemos aprendido a hacer”.
Pero, también es cierto que, incluso en la pena solitaria y profunda, aquellos que no viven en la pobreza cuentan con los medios (siempre y cuando quieran reconocerlos) para fortalecerse en la adversidad. Si el sufrimiento abre su corazón a la misericordia, tienen los medios para ponerse al servicio de quienes sufren más que ellos. No creo que Jesús haya denunciado el sufrimiento que es el camino hacia el otro.
Lo que le era intolerable, absolutamente contrario a la voluntad de su Padre, no era el dolor injustamente impuesto a los pobres, que además eran despreciados y ridiculizados a tal punto que las víctimas ya no pueden demostrar su dignidad y su amor por los otros. Eso es lo que no podía tolerar: privar a las familias más pobres de todo medio con el que pudieran transformar el sufrimiento que se les ha impuesto en fuente de resistencia, de fuerza espiritual y de acercamiento entre humanidad y Dios.
Pienso en la inadmisible penuria de los trabajadores más desaventajados que salen de la escuela sin saber leer ni escribir, por lo que la sociedad, en lugar de volverlo un motivo de lucha por la justicia, los hace sentir vergüenza de sí mismos. No es normal que en una sociedad haya personas que queden desprovistas de los medios para trascender su sufrimiento, para superarlo, ya sea atenuándolo o tomando fuerza de la experiencia. No es normal que las personas sufran desesperanza y vergüenza por no poder hacer nada y por sentirse —y ser considerados— inútiles. Es absolutamente inaceptable que esas personas y sus hijos sean estigmatizados, como lo hizo un funcionario público: “Así son, no se esfuerzan. Si quisieran, aprenderían en la escuela…”
Este continuo desprecio nos impide hermanarnos con ellos en su profundo rechazo a la humillación. Pero no contribuyamos a que se consolide en ellos. Esa es la fuente de la soledad y de la angustia opresiva de las familias del Cuarto Mundo. La angustia no solo de no saber qué dar de comer a los hijos, sino de verse señalado y despreciado por los demás por no saber cómo alimentarlos, vestirlos, educarlos…
El anciano anclado a su cama por la parálisis no sufre una afronta a su humanidad. Siempre y cuando haya recibido recursos mínimos, puede acoger a otros, tener amigos y ser fuente de bienestar y felicidad para quienes lo rodean. No es pobre; por lo menos tiene la posibilidad de no serlo. Encontrarse en una situación de extrema pobreza no solo es estar en un peor lugar, sino estar en un lugar radicalmente distinto.
El sufrimiento humano es inevitable y puede ser saludable. La extrema pobreza no es ni lo uno ni lo otro; siempre es un abuso. ¿No es eso lo que Jesús nos quiso enseñar y lo que quienes viven en la extrema pobreza nos enseñan frente a nuestra puerta todos los días? La extrema pobreza es el estado de aquella persona cuyas hermanas y hermanos no le han dado los medios elementales para sentirse y presentarse como persona y, por consecuencia, como hijo de Dios. Con su vida y su pasión, Jesús tomó la carga y asumió este dolor que destruye en lugar de construir. Esta es la piedra angular de la salvación.
