Mañana será otro…

¿Cómo explicar la angustia de estas familias
a las que, en pleno invierno,
la Administración ha cortado el gas y la electricidad,
quitando toda fuente de calor al hogar?
En casa de una de ellas,
la más pequeña tiene apenas quince días.
La mamá no consigue hacerla entrar en calor por la noche.
Son los vecinos quienes la acogen durante el día
para que tenga calor.
El mayor tiene tres años.
Ayer, en el frío de la casa, la madre tuvo que lavarle
en agua apenas tibia,
calentada sobre una estufa de camping.
El niño llora, tiembla de frío y de miedo.
La vecina querría arrimarle contra ella,
abrazarle muy fuerte,
pero no se atreve, me dice,
por culpa de sus propios hijos.
«Son capaces de decirme:
¡ Déjale, está sucio, no huele bien!».
Sin duda, aquellos que cortan el gas y la electricidad
no piensan en esas cosas:
en el frío de los pequeños,
en la desesperación de las madres
por no poder calentar a sus hijos,
por no poder acoger con alegría al padre
después de una dura jornada
pasada en busca de un trabajo.

Ese invierno, conocí a familias en cuyas casas
también habían cortado el agua.
Y me acuerdo de la Sra. Planque que nos decía:
«No teníamos calefacción, ni luz,
pero todavía aguantábamos.
El día en que nos cortaron el agua, fue el fin de todo,
no podíamos caer más bajo.»

Cuando falta el agua,
¿nos hacemos idea de la angustia de las madres
que no pueden lavar a sus hijos,
limpiar los baños… cocinar…?
«¡ Sólo podemos comer bocadillos!»
decía una mujer en esa situación.
Y todavía, ¿cómo lavar los platos,
lavar la ropa y limpiar la casa?
Pero sobre todo, ¿cómo estar limpio
y sentirse bien en tu propia piel?

En una ciudad cercana, una mujer,
engañada por el clima suave, me decía a finales de enero:
«Ahora que ha llegado la primavera, será menos duro.»
Esa madre creía sinceramente
que los días templados habían vuelto;
ella lo quería. El mundo de la miseria
cree siempre que el mañana será distinto.
Yo, como ellos, también lo creo.

 

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