He aquí ahora cómo el padre Joseph dice en pocas palabras las razones de ATD Cuarto Mundo.
No somos creadores sino sólo herederos. Otros han esbozado en la Iglesia contemporánea, en Francia y en el mundo, movimientos de encuentro con los pobres, con el pueblo de los marginados. Hombres como el Abbé Godin, el Padre Depierre, el Abbé Pierre, han abierto puertas, han penetrado en el mundo de la miseria. Estamos en el seno de una corriente espiritual, de inteligencia del corazón más que de ideas, que ha encontrado a los pobres, la gente de la miseria. Movimiento de lucha por la paz, lucha por el pan, combate por la justicia. Estos combates y acciones se juntan en algún punto con la preocupación por el hombre más despreciado. No somos creadores, aunque la miseria nos lleve a serlo; innovadores quizá sí.
¿Dónde está nuestra originalidad? Cuando el Movimiento ATD Cuarto Mundo empezó, la sociedad estaba segura de sí misma: todo el mundo pensaba que el progreso, ligado a la asistencia, iba a suprimir la miseria, automáticamente, y que la victoria estaba asegurada, ineluctablemente. En tal contexto, ¿cómo podía creerse lo que decíamos de la miseria? Esta era nuestra mayor dificultad. Fue en este contexto donde el Abbé Pierre puso de relieve la realidad de los más desgraciados. ATD Cuarto Mundo la enmarcó en la familia. Era una empresa audaz en estos tiempos en que la sociedad comenzaba a desinteresarse de la familia. De hecho, ni los servicios sociales, ni los poderes públicos entendieron nunca nuestra insistencia sobre la familia. ¿Por qué tanto interés? La familia es el único refugio del hombre cuando todo le falla. Sólo allí encuentra a alguien que le acoja, allí sólo sigue siendo alguien. En la familia encuentra su identidad. Los suyos, sus hijos, su esposa, su compañera…constituyen para él su último espacio de libertad. Aunque los hijos les sean arrebatados, el hombre y la mujer se refieren siempre a los que han engendrado. Al insistir sobre esta realidad de la familia, se nos tenía por hombres del pasado, y esto nos ha hecho sufrir, pero nunca vacilar.
Lo determinante en el Movimiento, ya desde su origen, fue que no teníamos más que nuestras personas para ofrecer. No poseíamos nada, no éramos ningún organismo de casas baratas, ni de trabajadores sociales dependientes de un servicio. Nuestros pechos y el corazón que en ellos latía, era lo único que podíamos ofrecer. Nuestra total desnudez, nuestra falta absoluta de medios, nos han permitido ser aceptados por las familias más desvalidas. No teníamos ningún poder, ni político, ni social; ni tampoco la garantía de una confesión religiosa. Llegábamos con las manos vacías, los pies desnudos, al corazón de la miseria. No teníamos más para ofrecer que lo que éramos, mujeres y hombres decididos a consagrar nuestras vidas a combatir con los que se encontraban marginados en la miseria. Nuestro único objetivo era el hombre, la promoción del hombre. Quisimos desde el principio que estas familias que viven en la extrema pobreza fueran los defensores de sus hermanos. Veníamos de lejos, sin relaciones. atados a la condición de la desnudez total de las familias. Muchas de ellas no habían conocido más que la indigencia, la ignorancia, la enfermedad, el paro; y siempre el rechazo y la exclusión. Queríamos que su militancia fuese la garantía para que la sociedad volviera a reintegrarles como responsables de ellas mismas, de sus hijos, de su vida, de su palabra. La meta de esta militancia era el dar testimonio de las posibilidades de todo hombre; ningún hombre se halla jamás al final de su carrera. Si los pobres podían vivir en cierta convivencia y solidaridad, a pesar de la miseria que les agobiaba; si los subproletarios eran capaces de afirmar que el consumo, el provecho, podían no ser los únicos motores de la vida, de la sociedad, era un mundo nuevo lo que se proponía a todo hombre, un cambio radical de perspectiva. Proponíamos otra forma de relación, otro fin para nuestros combates.
¡Cuántas dificultades ante tal proyecto! La sociedad rica, instalada, ya no quería o no podía ver la miseria. Pretendía haberla destruido. Nos vimos obligados a ser testigos de lo que veíamos, de lo que oíamos, de lo que vivíamos. No bastaba con proclamar este testimonio con nuestro corazón, era menester hacerlo inteligible a la mentalidad de los hombres de hoy. Esta necesidad condujo al Movimiento a crear el Instituto de Investigación1. Hemos afirmado con pruebas fehacientes, no sólo que los pobres siguen existiendo, que están aquí, entre nosotros, sino además que son los testigos, por las condiciones de vida que les imponéis, de todas vuestras trampas contra vuestras propias convicciones, declaraciones, ideales. La creación del Instituto de Investigación ha sido un acto político en el verdadero sentido de la palabra; ha denunciado aportando pruebas, y ha hecho propuestas. Ha comprobado también que la población podía al mismo tiempo reunir a hombres de extracciones muy diversas en una causa justa para que los más desfavorecidos asumieran sus responsabilidades. Ha demostrado que era totalmente contrario al Derecho impedir que estas familias pudieran asumir sus responsabilidades familiares, sociales, políticas y religiosas.
Otro punto a subrayar es el hecho de que, frente a esta sociedad rica que pretendía dejar la miseria en un punto muerto, el Movimiento ha escogido, desde su comienzo, ser interconfesional e interpolítico, que no es lo mismo que aconfesional y apolítico. Yo había experimentado la suerte que tienen los católicos, y los creyentes en general; su educación les lleva a amar al prójimo. Al encontrar muchas instituciones incapaces, a pesar de su deseo, de luchar para la liberación de los más pobres, pensaba que teníamos que ofrecer a todos los hombres nuestra suerte de creyentes. Para mí, era una cuestión de derecho, de justicia, permitir que cualquier hombre, cualquiera que fuesen sus ideas, su cultura, su fe, pudiera bajar hasta el último peldaño de la escala social. Es difícil imaginar lo incómodo que es esto para los que no han tenido el privilegio de vivir en las esferas donde vivimos los que pertenecemos a la Iglesia. Todo hombre ha de poder hacer de la familia más pobre un polo de confluencia, un agente de liberación de los demás hombres, una familia que salva a sus hermanos. Nos cuesta comprender el sufrimiento frente a la miseria de los que no conocieron, desde su infancia, esta mirada vuelta hacia los demás, hacia el más desgraciado, hacia aquel cuya condición Cristo asumió sin reserva alguna. No siempre nos damos cuenta de lo que debemos a la Iglesia, también en este aspecto.
La primera voluntaria francesa atea solo tiene frente a la miseria la justicia y su profunda humanidad. El fracaso de las familias la consume y la destruye. No puede ir más allá, no puede aceptar el fracaso porque para ella no hay nada más allá del fracaso. Si digo que la interconfesionalidad es un acto de justicia para los que no han tenido la suerte de haber sido educados con la mirada vuelta hacia los demás, no lo digo porque me crea superior. En todo hombre existe una parcela de ternura que necesita ser sacada a la luz, a la acción, y esta ternura ha de ser educada desde la infancia. El acto de misericordia, la necesidad de compartir con el prójimo, de hacerse prójimo al sufrir profundamente, llevando consigo el sufrimiento del otro, cambiando este sufrimiento en esperanza, es el resultado de una educación o de una conversión.
En el Movimiento nos ponemos en contacto con el hombre directamente, sin el intermediario de un servicio, de una oficina. Cuando no se está limitado o encerrado en un organismo, se puede vivir un proyecto de sociedad que depende del otro, de aquel con quien se quiere compartir. Entonces se puede poner a la familia más pobre en el corazón del mundo, en el centro del mundo. Hacer del hombre más desvalido el centro, es abrazar a toda la humanidad en un solo hombre, es no retener la mirada ni reducir su visión, es lanzarla hacia las fronteras del amor; y el amor no tiene fronteras. no se encierra, no se domina, es siempre locura.
Para empezar, hay que tener la audacia de juntar al más pobre con Jesucristo; los dos no hacen sino uno. De entrada, no se puede denegar a ningún hombre, sea rico o pobre, sea responsable o víctima de su situación de pobreza. En amor no hay fronteras. Todos forman parte de la misma humanidad; todos andan hacia el mismo destino.
Al llegar al Campo de Noisy-le-Grand2me dije: estas familias nunca saldrán a flote por sí mismas; yo les haré subir las escaleras del Elysée3, del Vaticano, de la ONU, de las grandes organizaciones internacionales. Tienen que ser interlocutores con todos los derechos. ¡Qué imaginación tan ridícula, pensarán algunos, nacida en esta meseta árida en pleno verano de 1965! Cristo en el Gólgota, mirando el mundo, afirmaba haberlo vencido. Cualquier hombre que ponga al hombre más pobre en el centro de su visión, por fuerza tiene que verlo todo, tiene que englobar a todos los hombres, no puede dejar de lado a ningún hombre. De alguna manera puede también afirmar que ha vencido al mundo.
- Instituto de Investigación y Formación en Relaciones Humanas (Institut de Recherche et de Formation aux Relations Humaines, IRFRH). Sucesor en 1966 de la Oficina de Investigación Social (Bureau de Recherches Sociales, creada en 1960), el Instituto de Investigación se propone desarrollar un conocimiento riguroso de la situación de los más pobres y de los cambios que sugieren emprender para el respeto de su dignidad y la defensa de los Derechos Humanos
- El padre Joseph Wresinski fue enviado por su obispo al campo de Noisy-le-Grand, donde se instaló el 14 de julio de 1956. En 1957 fundó la asociación “Aide à Toute Détresse” (ATD), que se convirtió en el “Movimiento ATD Cuarto Mundo” en 1968 y en el «Movimiento Internacional ATD Cuarto Mundo» en 1974.
- Delegaciones del Movimiento ATD Cuarto Mundo han sido recibidas por presidentes de la República francesa, secretarios generales de las Naciones Unidas y el Papa Juan Pablo II.