La infancia de nuestro tiempo

Infancia del Cuarto Mundo; una suerte para todos

Prefacio de Joseph Wresinski, secretario general del Movimiento ATD Cuarto Mundo al Libro Blanco, Enfants de ce temps [Infancia de nuestro tiempo], publicado con motivo del Año Internacional de la Infancia, 1979

Las niñas y niños que intervienen en este libro son poco conocidos y el mundo que les rodea parece que tiene dificultades para reconocerles por lo que realmente son.

Sin embargo, estas niñas y niños han nacido en Occidente. Entonces, ¿cómo entender que nos resulte tan difícil reconocerles en su realidad histórica? Las consecuencias de esta falta de reconocimiento son muy dolorosas, porque son millones los que, de este modo, se ven excluidos de la atención sanitaria y de la instrucción, sus familias privadas de seguridad económica, de vivienda o de un entorno adecuado, mientras que su medio social carece de representación política.

Algunos piensan que estas niñas y niños simplemente son un accidente, discapacitados, infradotados por naturaleza. Sin embargo, ni ellos ni sus familias son las víctimas de un destino ciego, representan la cara oculta de una sociedad que nosotros mismos hemos construido; son la infancia oculta de una sociedad en la que la vida presente y los proyectos de cambio repercuten únicamente en quienes están reconocidos. Sin embargo, no parece que esta ciudadanía haya ampliado nunca su mirada, su pensamiento, sus instituciones y sus luchas, hasta el punto de incluir desde un principio a esta infancia.

La infancia del Cuarto Mundo pertenece a un sector de la población excluida de la sociedad industrial desde el siglo pasado. Privados de medios para participar en la producción y promoción de la clase obrera y campesina, las generaciones precedentes no pudieron preparar para ellos un futuro mejor. Así, situada en la parte más baja de la sociedad, no ha podido escalar ni siquiera al escalafón más bajo. Desde generaciones, familias y niños mantienen, solos, una historia de exclusión. ¿A quiénes, entre nosotros, no le incomodaría profundamente descubrirla? ¿No habremos hecho mal uso de nuestros propios logros al no utilizarlos para reconocer y denunciar esta exclusión?

La pregunta es tanto más insoportable en cuanto que nuestro esfuerzo a la hora de llevar a la práctica los derechos humanos y los derechos de la infancia han sido sinceros. Hemos creído lograrlo, en lo fundamental, en nuestros países industrializados.

Siempre pensamos que es más fácil de alcanzar gracias a nuestras progresivos avances, nunca fáciles y en ocasiones profundos. ¿Quién pondría en duda que nunca se hace suficiente? ¿Toda sociedad no tiene sus imperfecciones? Pero estas imperfecciones no cuestionan necesariamente ni los principios ni las razones que las han inspirado.

Sin embargo, la infancia del Cuarto Mundo nos cuestiona sobre el fondo. Porque a costa suya se ha construido todo el edificio social. Lo que son y lo que viven en sus familias empobrecidas, casi siempre numerosas, no solo pone en tela de juicio nuestro comportamiento o nuestras políticas. Lo que es más importante, lo que está en juego es la concepción misma de la infancia. Han pasado veinte años de la Declaración de los Derechos de la Infancia y no ha sido suficiente para poner fin a las privaciones de más de cuatro millones de niñas y niños, solamente en la Comunidad Económica Europea. ¿En verdad no tenemos, enraizada en lo más profundo de nosotros mismos, una visión de la infancia en virtud de la cual poder o querer hacer realidad estos derechos?

Afirmar que la infancia tiene derechos inalienables es algo necesario. ¿Pero tal vez sería más necesario aún volver a repetir las razones? ¿Podemos hacerlo en nuestros países desarrollados? ¿Tenemos una concepción de la infancia bien construida e inequívoca que queramos defender? ¿La conocemos? ¿Respetamos a esa infancia en sí misma, por su significado para la humanidad en la actualidad y aún más en el futuro?

No resulta obvio. Podríamos incluso afirmar que cuanto más hablamos de los derechos de la infancia menos obvio es que esta exista por sí misma, entre nosotros y en nuestra concepción. El preámbulo de la Declaración de 1959, uno de los más bonitos nunca escritos, profundiza sobre su motivación profunda. Imaginamos la razón, en un texto que todos los Estados tendrían que poder suscribir. Pero en Occidente, ¿no tendríamos que volver a encontrar una reflexión al respecto? Es una cuestión molesta pero urgente. Porque la realidad que viven las niñas y niños del Cuarto Mundo, terrible en sí misma, ¿no nos permite descubrir lo que más o menos hacemos que viva toda nuestra infancia?

En ocasiones nuestra actitud parece indicar que, para nosotros, las niñas y niños del Cuarto Mundo, en última instancia, no tendrían que haber venido al mundo. A duras penas sus madres pueden defenderse de las opiniones y críticas dirigidas a desaconsejarles seguir con el embarazo, o incluso a obligarlas a renunciar a él. Las excusas para ello son numerosas. La falta de vivienda o el hacinamiento, la falta de un padre o el desempleo vienen a justificar todo tipo de intervención contra el nacimiento de la niña o el niño o a favor de su abandono nada más nacer. Pero esta actitud, contraria a esta niña o niño, ¿no son la prueba de una confusión generalizada en nuestras mentes?

¿La niña o el niño tienen derecho a la existencia porque existen? ¿O tienen derecho a la existencia en la medida en que estamos dispuestos a hacer todo lo posible para garantizar su bienestar?

Y la importancia principal que se otorga a la seguridad material y física como un bien en sí mismo, ¿no sería una escusa para dejar de esclarecer nuestra concepción sobre la infancia, sobre el amor ofrecido y recibido? ¿De la niña o el niño entendido como receptor de bienes y sujeto de derechos no habría ocupado todo el espacio a expensas de la infancia como agente de encuentro, de profundización, de conciliación, de esperanza? Este agente generador de amor, último freno a la ruptura, ¿no habría pasado a ser un peso que nos impide vivir cada uno por su lado?

Sabemos que la infancia del Cuarto Mundo resulta irrelevante en nuestras escuelas, pero las otras niñas y niños, ¿son realmente relevantes en sí mismos? Hablamos de introducir nuestras ideologías y, por qué no, nuestras luchas.

De manera precisa hacemos que participen en nuestras huelgas en favor de lo que consideramos un bien para ellos. ¿Hemos empezado por deshacernos de nuestras propias frustraciones e ideas preconcebidas, para observar como viven o para escucharles con atención? ¿Realmente forma parte de su condición infantil ser objeto de división o ser agente de lucha? Sus juegos, sus sueños infantiles, podrían situarse en otra parte, en la concordia, ¿en la conciliación tal vez? ¿Tal vez tengan una mirada renovada que enseñarnos? ¿Qué hemos hecho para garantizar que no nos servimos nunca de ellos como escusa o instrumento para la realización de nuestras ambiciones, como objeto y signo externo de nuestros propios logros?

Las niñas y niños del Cuarto Mundo crecen en nuestros barrios degradados, junto a obsoletos mataderos o fábricas, o incluso en los márgenes de nuestras ciudades, en barrios encerrados entre una autopista y un cementerio, abandonados a los pies de un vertedero. Ni ellos ni sus familias pueden imaginar lo que pensamos que es un medioambiente que favorezca la calidad de vida. ¿Solo pueden pensar en barrios de hormigón, sin instalaciones ni espacios verdes, viviendas minúsculas donde el juego y las risas de las niñas y niños se convierten en molestia que reprimir a toda costa? ¿Las niñas y niños pueden seguir siendo por mucho tiempo niños en un hacinamiento que les hace partícipes demasiado pronto de todas las preocupaciones de las personas adultas?

La infancia del Cuarto Mundo, sin protección frente a la dura realidad de la extrema pobreza no tiene realmente infancia. ¿Las niñas y niños de familias pobres tienen realmente derecho a la infancia?

Las niñas y niños del Cuarto Mundo, con frecuencia separados de su propio hogar, no tienen pleno derecho al afecto de los suyos. Pero, por qué hablar del derecho al afecto, ¡cuando se pone tan ampliamente en peligro todo el entorno familiar!, ¿incluso en niveles económicos menos desfavorecidos? ¿Qué hemos hecho de la familia, espacio privilegiado donde aprender sin calculo alguno a dar y recibir amor; donde aprender de las preocupaciones de los demás generadoras de auténtica justicia? ¿Qué hemos hecho del tiempo dedicado a este aprendizaje en un momento de la vida donde la mente está abierta al máximo, donde el corazón invita a amar? ¿Seguimos pensando que las familias tienen que ofrecer este tiempo y aprovechar todas las oportunidades para compartir con sus hijas e hijos los valores universales de la humanidad?

Observamos cómo, nada más enunciados, todos los derechos humanos que declaramos inalienables pasan a ser condicionales y relativos. Las necesidades fundamentales de la infancia con demasiada frecuencia no se cubren, y no basta con decir que se trata de un problema de desigualdad de condiciones en función del nacimiento. Es un problema real. Pero la extrema pobreza, la exclusión prácticamente absoluta de las niñas y niños del Cuarto Mundo muestran que las desigualdades en la infancia tienen una raíz más profunda. Ya hemos afirmado que estas desigualdades no radican en nuestras políticas o estructuras, sino en nuestra más íntima convicción, personal y colectiva, sobre el significado mismo de la infancia.

Es un gran servicio el que nos presta la infancia más desfavorecida al recordárnoslo. Y tenemos mucho que perder si nos negamos por más tiempo a conocerlos. Tienen mucho que perder nuestros niños y niñas de Occidente y toda la infancia del mundo.

Pues la imagen que ofrecen al mundo nuestros innegables éxitos económicos y sociales, el poder que nos confieren a la hora de imponerselos a otros continentes, dan lugar a también a la expansión de las deficiencias que acompañan. Hasta ahora tal vez solamente Occidente había proclamado definitivamente el fin de la exclusión de las niñas y niños más desfavorecidos. También era el único que había proyectado una imagen borrosa y confusa de la infancia. Los únicos que intentaron atiborrar a la infancia, suprimiendo todo riesgo material, olvidándose de otorgarle un significado profundo en cuanto infancia. Pero, ¿qué pasa en los países en vías de desarrollo donde se consolida un Cuarto Mundo de personas en extrema pobreza al ritmo del desarrollo económico cuyos modelos y medios se importan de nuestros propios países?

En este Libro Blanco se alzan múltiples voces de niñas y niños; voces infantiles que nos amenazan desde los márgenes de nuestras sociedades. Que amenazan sobre todo nuestra conciencia tranquila. Era necesario que se alzaran un día, pues lo esencial de la humanidad termina siempre por tomar su revancha. Si lo acallamos, tarde o temprano, saltarán las alarmas. ¿Escucharemos estas voces? ¿Aprovecharemos la oportunidad que supone para todas las niñas y niños del mundo?

Joseph Wresinski

Secretario general

del Movimiento Internacional ATD Cuarto Mundo

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