¡Creedme! Perdonar es duro

En estos tiempos de crisis, este mensaje, escrito en 1984, es tan actual como el llamamiento de Joseph Wresinski al final de su colección de ensayos: “Amigos, estos niños, estas madres, estos esposos, ¿puede este pueblo de la miseria contar con vosotros mañana?” (Paroles pour demain, p. 147)

Estos últimos meses, en París, en el cruce de la calle Cadet y de la avenida Montmartre, varias chicas jóvenes entre veinte y treinta años rebuscaban cerca de un mercado, entre montones de cartones tirados unos sobre otros.

Una de ellas encontró dos bizcochos medio comidos y los metió furtivamente en un bolso. Inmediatamente se acercaron dos niños con los que compartió uno de los bizcochos.

¡Estaba tan impresionado que no supe que decir!

Volvía a ver esos críos que durante los años 60 buscaban algo de comida en las basuras del asentamiento de Noisy-le-Grand.

Me acordaba de esos niños que vendían sus canicas para comprar un pan y poder festejar el cumpleaños de su madre. Pensé que nunca volvería a ver eso.

Pero me encontraba ante una madre que alimentaba a sus dos hijos con bizcochos revenidos.

Tampoco hubiera imaginado que volvería a vivir, en septiembre de 1984, la pesadilla de cuatro niños pequeños, de ocho meses a ocho años, ¡expulsados de un solar municipal!

Fue ayer por la mañana. El pasado mes de julio su familia se había refugiado en una tienda de campaña que les habían prestado. Ni la Alcaldía, ni los trabajadores sociales, ni el prefecto habían hecho nada por ellos. Salvo, claro está, internar a sus hijos en un centro. Hasta que las cosas se arreglasen.

Pero el Cuarto Mundo no solo vive tristezas.

También hay paz y perdón más fuertes que la miseria. Recuerdo a ese hombre que el pasado mes de agosto encontré en el cementerio. Un coche había atropellado a su hija de nueve años en la acera por la que caminaba. La niña murió.

Después del entierro, su padre me decía: «Sabe, ¡querría estrangular al cerdo que ha matado a mi hija! Pero cuando llegué a la comisaría y vi que la mujer que había ocasionado el accidente era una mujer discapacitada, no pude decir nada. Pensé que para ella también era terrible haber matado a mi hija. Lloramos juntos y me dije que tenemos que perdonar.

  • ¡Pero padre, créame, es muy duro!».

 

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